Muchos cristianos testifican de ciertos eventos en su vida que les dejaron marcados para siempre. Así que la experiencia de Juan y Pedro cuando acompañaron al Señor Jesús a Monte de la Transfiguración.
“Nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo”. 2 Pedro 1:18.

Pedro el apóstol en compañía de Jacobo y Juan fueron llevados a un monte alto por el Señor Jesús. No sabían lo que iba a pasar. Quizás pensaban que no era muy diferente a otras ocasiones en que el Señor estuviera con los suyos. Varias veces les enseñaba verdades acerca del Padre. También hablaba del futuro y en más de una oportunidad mencionaba que su partida de este mundo sería violenta. Siempre mencionaba que manos inicuas le iba a tomar y crucificarle, y luego agregaba que a los tres días resucitaría. Además hablaba de un futuro glorioso cuando el pueblo tendría plena libertad para vivir bajo el benéfico gobierno de Él mismo cual Mesías. En este tiempo el pueblo sufría bajo los gobernantes romanos y los judíos anhelaban estar libres de ellos. Así que, esta subida al monte parecería como una nueva oportunidad de escuchar a Jesús. Lo que iban a ver y escuchar les marcaría la vida para siempre.

Llegados arriba del monte y mientras Jesús oraba “se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” Mateo 7:2. En seguida llegaron dos visitas: “he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él” v.3. Los tres discípulos escuchaban mientras estos dos insignes profetas de la antigüedad hablaban con Jesús acerca de “su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén” Lucas 9:31. Lleno de asombro, Pedro tuvo una sugerencia para prolongar este encuentro tan especial: “Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías” Mateo 7:4. No llegó a terminar pues “mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” v.5. Pedro se había equivocado. En su mente había puesto a los tres en el mismo nivel sin tomar en cuenta la grandeza de Jesús como el Eterno Hijo de Dios, venido desde el cielo. Aunque en su día Moisés y Elías hicieran grandes portentos, no eran más que hombres pecadores llamados a servir a Dios por un tiempo y luego morir. Jesús era muy diferente. “Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne” 1 Timoteo 3:16.

El efecto sobre los discípulos no se hizo esperar; “al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor” v.6. Con ternura “Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis” v.7. Al pararse “a nadie vieron sino a Jesús solo” v.8. La experiencia iba a marcar la vida de los tres. Jesús les pidió que no dijeran “a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos” v.9. Y así lo hicieron. Juan lo incluyó en su evangelio. “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” Juan 1:14. Juan nunca olvidó la gloria de su Señor. Pedro mencionó la experiencia en una carta para animar a los creyentes. No mencionó su atrevida sugerencia, sino destacó que vieron “con nuestros propios ojos su majestad” y escucharon “desde la magnífica gloria una voz que decía: Éste es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia” 2 Pedro 1:17-18. Dios permite experiencias singulares en la vida de los suyos que nos dejan marcados para que le conozcamos y le sirvamos mejor. –daj

Lectura Diaria:
Esdras 5 [leer]
/Daniel 6 [leer]
/Apocalipsis 2:1-17 [leer]