El Padre dejó en claro la identidad de Jesús como el Hijo de Dios. Habló desde el cielo cuando Jesús fue bautizado. Luego Jesús fue llevado al desierto. Lea de la razón porqué.
“Yo y el Padre uno somos.” Juan 10:30.
Cuando llegó el momento para que Jesús se presentase ante el público para revelar al Padre, llegó donde Juan Bautista estaba bautizando a los arrepentidos. Seguramente fue una sorpresa para Juan hallar frente a él, a Jesús. Sus madres eran primas y es posible que por medio de comunicaciones familiares los dos hubiesen tenido conocimiento el uno del otro. Cuando Juan dijo “yo no le conocía” Juan 1:31, 33, no quiso decir que no tenía conocimiento de Él, sino que no sabía que fuera el Hijo de Dios. Sabría de su vida intachable y por eso no halló la necesidad de bautizarle como eran bautizados los pecadores arrepentidos. Cuando accedió a la petición de Jesús que le bautizara, recién supo Juan que Jesús era el Hijo de Dios. “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: ÉSTE ES MI HIJO AMADO, en quien tengo complacencia” Mateo 3:16-17. Con estas palabras, el Padre declaró su total aprobación de la vida santa que Jesús había tenido en el mundo. Tal frase sirve para comprobar la santidad del Señor Jesús, y la frase fue escuchada por Juan y los demás que estuvieron ahí.
En vez de embarcarse en forma inmediata en su misión de predicar el evangelio y anunciar la llegada del reino, algo muy significativo ocurrió en la vida de Jesús: “en seguida, el Espíritu le impulso al desierto” Marcos 1:12. El Espíritu recién había llegado sobre El para guiar, socorrer, y acompañarle. Ocurrió inmediatamente después de la declaración del Padre. Esto nos enseña que Jesús desde el comienzo de su ministerio público estuvo en comunión con el Espíritu Santo. El Espíritu lo lleva al desierto con el propósito de permitir una prueba especial que tiene por fin dejar bien en claro que Jesús, nacido de María en Belén, criado en Nazaret, y hecho carpintero al lado de José, no fue un ser humano cualquiera. Era Dios mismo en forma humana que había venido con el propósito de redimir al pecador y quitar el pecado del mundo. Había venido para vencer al que tenía el imperio de la muerte.
El impulso del Espíritu no fue violento, ni forzado; más bien insinuado y Jesús se sometió. Como Hijo de Dios, Jesús sabía la razón porque se retiraba de la sociedad por cuarenta días. El lugar adonde el Espíritu lo llevó sería a cierta distancia de las poblaciones, un lugar donde no hubiera otros seres humanos que le pudiesen prestar ayuda en su prueba. Fue el comienzo de una nueva etapa en la vida de Jesús, la cual terminará con su muerte en la cruz. Es saludable meditar sobre su persona y apreciar la perfección de nuestro Salvador, uno con el Padre y con el Espíritu Santo. –daj
Lectura Diaria: | ||
Génesis 8:20-9:29 [leer]
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/Job 11:1-12:25 [leer]
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/Mateo 6:1-18 [leer]
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