Es interesante considerar lo que tuvo que encarar el Señor Jesús cuando estuvo en el desierto cuarenta días siendo tentado por el diablo. Lea de su experiencia.
“El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.” Juan 8:29.

Después de ser bautizado, Jesús pasó cuarenta días en el desierto bajo la constantemente guía del Espíritu Santo. Desde su concepción en el vientre de María hasta morir y resucitar, Jesús tuvo siempre consigo la presencia del Espíritu. El Espíritu Santo es una persona, igual que Dios Padre es una persona, como también el Hijo es una persona. El Espíritu Santo no tiene forma tangible como tuvo el Señor Jesucristo. El Padre tampoco tiene forma humana. Tiene forma pero no la que sea visible a nuestros ojos naturales. El Espíritu Santo es una persona con una misión importantísima en el mundo. Trabaja para contrarrestar la obra del diablo. Trabaja entre los que no conocen a Dios buscando convencerlos de su estado pecaminoso y la necesidad de buscar en Jesucristo la salvación. Trabaja también en los que son hijos de Dios, pues él vive en ellos. Es un huésped divino y su labor es guiarnos en todo momento para que seamos agradables a Dios.

Fue el mismo Espíritu Santo que impulsó al Señor Jesús al desierto para ser tentado por Satanás. Marcos 1:13 dice: “estuvo en el desierto cuarenta días siendo tentado por Satanás. Estaba con las fieras y los ángeles le servían”. La tentación duró 40 días y hubo varias tentaciones sufridas, pero el Señor venció en todas. Mostró que en Él no hubo pecado que pudiera responder a los designios malignos del enemigo. Salió vencedor. Mateo el evangelista y Lucas relatan las tres principales tentaciones que vinieron al final de los 40 días. Fue un fracaso para Satanás y una victoria para Señor Jesús. Las tentaciones no fueron permitidas PARA VER si Jesús cayera en una falta, sino PARA DEMOSTRAR que era imposible que Él pecara. Jesús fue completamente santo en todo momento.

Marcos no menciona las tres tentaciones específicas aludidas por Mateo y Lucas, solamente menciona que había FIERAS presente. En otras palabras, para cualquier ser humano, hubo peligro, pero nada de ello para el Hijo de Dios, su creador. En aquella región de Judea, dicen que había lobos, hienas, jacales, leopardos, etc. En el desierto el Señor enfrentó la soledad, la aislación y el peligro. Pero en todo momento supo la guía del Espíritu Santo y la compañía de los ángeles que le servían. Al pensar en las fieras salvajes, recordaremos que en un principio, el mundo animal se llevaba bien entre sí. Adán estuvo sin problema y sin temor cuando en su estado de inocencia tuvo la tarea de darles nombres. Pero los animales fueron afectados por la caída del hombre. Dios hizo un milagro cuando Noé tuvo que meterlos en el arca. Allí no encontramos al león comiendo a la oveja, ni los gatos atacando a las lauchas, ni el águila aprovechándose de las gallinas. Con Cristo en el desierto, como su creador está seguro y a salvo. Pienso en el milagro que ocurrió también cuando Daniel fue echado al foso de los leones. Como cantan los niños en su coro acerca de Daniel, Dios cerró la boca de los leones, y luego la abrió para atacar a los malos que habían maltratado a Daniel, el siervo de Dios. Así Jesús se ve perfecto en todo y disfrutaba de la comunión con el Padre, porque como Él dijo: “yo hago siempre lo que le agrada”. Juan 8:29. –daj

Lectura Diaria:
Génesis 10:1-11:26 [leer]
/Job 13:1-14:22 [leer]
/Mateo 6:19-7:6 [leer]