A veces tenemos ganas de gritar a voz en cuello acerca de lo que tenemos en Cristo Jesús. Es tan grande la salvación que Dios regala a los que creen en Cristo. En pocas palabras queremos afirmar que ESTAMOS SEGUROS. Lea de esta seguridad.
“Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.” Lucas 15:32.

El Señor Jesús relató una interesante historia en respuesta a ciertos hombres religiosos que le criticaban por recibir a los pecadores y comer con ellos. (Lucas 15:2). Sin entrar a discutir con ellos, contó una historia destacando cuatro casos de cosas perdidas y lo que se hizo para hallarlos. Habló de una oveja que se perdió y del pastor que salió “tras la que se perdió, hasta encontrarla” v.4. Llegado a casa llamó a sus “amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido” v.6. Luego Jesús contó de una mujer que perdió una “dracma”, una antigua moneda griega de plata. Dentro de la casa ella se afanó por encontrarla e igual a lo que hizo el pastor, ella reunió “a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido” v.9. Ya se ve una gran diferencia entre el pastor y la mujer comparándoles con los fariseos y los escribas que criticaban a Jesús.

Jesús continuó su relato hablando de dos hijos de un padre y como el menor de ellos quiso que el padre adelantara la entrega de la herencia que le correspondía. El padre, siendo generoso, lo hizo pero el joven no supo manejar bien su bonanza y terminó sin nada en el bolsillo. Tuvo que trabajar como cuidador de chanchos. En su condición de hambriento, estuvo dispuesto a comer lo que daban a los animales, pero nadie no se lo ofrecía. Su condición estaba desesperante y tomó la decisión de volver al padre y franquearse con él. Su discurso iba a ser corto: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” v.21. El padre le perdonó completamente y le recibió en casa con una fiesta “porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse” v.24.

El sonido de música llegó a los oídos del hermano mayor que volvía del campo. Pero, ¡cuán diferente fue la reacción de él! Cuando supo de la llegada de su hermano mayor, no quiso participar en la alegría. “No quería entrar” v.27. El padre salió a conversar con él pero al igual que los fariseos y escribas, el hermano mayor solamente tuvo quejas. ¿Acaso el padre cambió de parecer en cuanto al hijo menor? ¿Suspendió la celebración? ¿Se retractó del perdón otorgado? En ninguna manera. Antes bien, el hijo perdonado estuvo seguro en el perdón del Padre, exactamente igual a lo que hoy disfrutamos los creyentes en Cristo. Nos hace pensar en las preguntas al final de Romanos 8: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? v.33; “¿Quién es el que condenará?” v.34; “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” v.35. Las respuestas están a la vista: “Dios es el que justifica… Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. La gran verdad y la base de nuestra seguridad está aquí: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” v.32. Las críticas de los incrédulos y de los que no conocen a Dios no hacen mella en el perdón dado por el Padre. ¡Estamos seguros en su amor! –daj

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