Mes: Enero 2013

Una cosa te falta (II)

“Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta” Marcos 10:21 Las palabras del Señor Jesús al joven rico expresan una verdad que encontramos desde el Génesis hasta el Apocalipsis, literalmente. No sólo para los no salvados las palabras de Jesús son necesarias. También para los seguidores de Cristo resultan vitales. En el nuevo testamento tenemos dos ejemplos muy importantes que nos enseñan otra vez la gran verdad de que podemos hacer y afanarnos en muchas cosas y de muchas maneras, pero si perdemos de vista lo más importante lo habremos perdido todo. No perder la salvación, pero sí dejar de conocer al Señor Jesucristo, perder oportunidades preciosas de comunión con él, perder el rumbo y hacer nuestra propia voluntad, que sin duda nos traerá de vuelta amargas consecuencias. En el caso de iglesias cristianas, perder el norte implica arriesgar la existencia misma. En Lucas 10:38-42 tenemos el encuentro de Jesús con una familia que pronto vino a ser muy amada para él, en Betania. Estaba, entendemos, constituida solamente por tres hermanos: Marta, María y Lázaro. Según el relato de la Escritura, María oía la palabra de boca del mismo Hijo de Dios sentándose a sus pies (v. 39). Marta, por otra parte, “se preocupaba con muchos quehaceres” (v. 40). En un momento, ella reclama contra su hermana que no le ayudaba con las labores domésticas....

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Cercanos por la sangre de Cristo (II)

“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” Efesios 2:13 La cercanía que Dios concede a los suyos es un don que viene de la mano de la vida eterna. La salvación del creyente no es una salvación distante sino que se constituye en una nueva y permanente realidad. El creyente es acogido y bendecido continuamente en la comunión con el salvador. Otro ejemplo que ilustra esta realidad está en la historia de Mefi-boset y el rey David (2 Samuel 9:1-13).  Mefi-boset era hijo de Jonatán, el fiel amigo de David que había perecido en batalla, y vivía en la pobreza en el exilio. Lisiado de ambos pies por un accidente en la infancia, aparece delante del rey, quien le buscó para mostrar misericordia en recuerdo de su padre Jonatán. Mefi-boset se presenta delante de David en actitud humilde y se declara “siervo” del rey (v. 6). Entonces, David pronuncia un decreto que cambia la condición de Mefi-boset para siempre. Primero, le restituye toda la tierra que perteneció a su abuelo, el rey Saúl (v. 7). Segundo, dio a Mefi-boset el privilegio de sentarse “siempre” a la mesa real (v. 7) y tercero, David provee a Mefi-boset de un gran contingente de siervos y bienes para que cultivaran la tierra y proveyeran para él (v. 10)....

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Cercanos por la sangre de Cristo (I)

“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” Efesios 2:13 El apóstol Pablo nos habla de cercanía con Dios, cercanía por la sangre de Cristo. Los cristianos podemos acercarnos porque ya no hay nada que lo impida, por el hecho de que ya no hay deuda, y ya nada queda por hacer. Ya no hay impedimento para acercarse a Dios. Pero en las palabras de Pablo, también podemos encontrar que esta cercanía se refiere a  que ahora podemos ser partícipes del bien de parte de Dios. Sus bendiciones, su cuidado, su intercesión, su misericordia como hijos (1 Juan 2:1). Al pensar, aunque sea brevemente en lo que hemos obtenido por gracia por creer en Cristo, ¡cuán grande se ve el contraste con los que no le conocen! Los que están “lejos” están además solos. Están desamparados y sin poder recurrir “al Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10). Esta cercanía, que es posible por la condescendencia y bondad de uno que es en todo aspecto infinitamente superior al hombre, se esboza ya en el Génesis, en la historia de José y su reencuentro con sus hermanos (Génesis 43:15-34). Aquí tenemos una figura admirable de lo cerca que pueden llegar los pecadores al Dios santo. Los hermanos de José son invitados a almorzar a la casa del...

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La contemplación de Cristo (III)

“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” Hebreos 12:2 La contemplación sincera del Señor Jesucristo sólo puede traer bendición al alma. Quien ve las perfecciones del Hijo de Dios y le reconoce como su Salvador considerando su obra en la cruz,  recibe por la fe la vida eterna (Juan 1:12). La bendición y gracia de Dios se derraman sobre aquel que mira con fe a Jesús. Hemos considerado brevemente a quién contemplamos y qué contemplamos en él. Ahora su persona nos lleva a preguntarnos: ¿cómo debiéramos contemplarlo? Puede haber muchas respuestas, pero de acuerdo con las Escrituras debemos mirar a Cristo… Con gratitud y amor. La escena es sobrecogedora pues el Dios-hombre, nuestro sustituto, el Cristo sufriente, padece en la cruz, “derrama su vida hasta la muerte”, es “contado con los pecadores” y lleva “el pecado de muchos” (Isaías 53:12). Muchos cuadros, dibujos y esculturas pueden hacerse de la cruz, pero ni siquiera se pueden aproximar a retratar lo que aconteció en el Calvario. Ese momento único e irrepetible en la historia, evento trascendental que cambió por siempre el destino del hombre y de la creación ahora redunda en la salvación y vida eterna para todo aquel que cree (Romanos 1:16). Con devoción y recogimiento. El que era santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y más sublime que los cielos (Hebreos 7:26)...

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La contemplación de Cristo (II)

“Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!” Juan 19:5 En la meditación de ayer, y con respecto de la persona del Señor Jesucristo, considerábamos la pregunta: ¿a quién contemplamos?  Vimos que la observación superficial de un ser humano que sufre no es una contemplación acabada, y más aún es insuficiente para la salvación. El apego, la simpatía y la solidaridad por sus sufrimientos no constituyen una respuesta adecuada y no es lo que Dios pretende de nosotros. Del estudio de las bienaventuranzas (Mateo 5) hemos comprendido que el Hijo de Dios no vino a sostener las demandas sociales ni culturales del ser humano, sino que a tratar con su condición y pecado, con el pecado del mundo (Juan 1:29). Entonces, ¿que contemplamos en él? La mirada de fe ve mucho más de lo que los ojos de Pilato y los judíos vieron y entendieron: Su perfección y santidad. Contemplamos al hombre perfecto, sin pecado. De todos los hombres que han vivido Jesús es el único de quien nadie pudo decir que le fue encontrado algún pecado o falta (juan 8:46). En su carácter y obra él cumplió la ley de la santidad (Hebreos 4:15) Su compasión e intercesión. Vemos al hombre que se compadece de nuestras debilidades, que es paciente y que está a favor...

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