La vida eterna (I)
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” Juan 3:16 El pecado ha arruinado la existencia del ser humano. No obstante, por virtud de la muerte de Cristo en la cruz, Dios ha enmendado lo que estaba estropeado. Ha provisto una forma –perfecta– de restituir la plenitud de esa existencia. Esta comunión con Dios es eterna, y no puede ser terminada. Lo grandioso de todo esto es que para los creyentes, al morir nuestros cuerpos, no experimentamos ningún quiebre en nuestra comunión con Dios en Cristo. Esa comunión es, más bien, perfeccionada, como dice: “los espíritus de los justos hechos perfectos” (Hebreos 11:23). Esa comunión nunca termina ni terminará porque es eterna. Un momento acá en esta vida, con el cuerpo natural, con las sensaciones, dolores y vivencias de esta tierra. Un momento allá, en seguida, despertando a la nueva realidad, la de la comunión perfecta con el Dios eterno. El hilo conductor no se rompe en el salvado. Ya estaba durante la vida acá, y prosigue –perfecto– en la otra vida. Entre las dos realidades ¿qué hay? Existe la muerte, un paso crítico e inmediato a la presencia del Señor para todo creyente. Esteban nos lo reveló, cuando desde esta realidad terrena vislumbra extasiado la que...
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