La confesión de pecado (II)

La confesión requiere nada menos que una obra del Espíritu Santo en el corazón pecador. Tan simple y tan difícil a la vez, no es natural al pecador el confesar sino más bien explicar, justificar y culpar a otros. En la Biblia aprendemos que este patrón es un resultado directo del pecado mismo. Adán y Eva eran inocentes, de una inocencia que no podemos comprender en nuestra condición caída (Génesis 2:25). En un mundo sin pecado y declarado “bueno” por Dios mismo, Eva contempla “el árbol del conocimiento del bien del mal”. Recién Adán le ha advertido que no deben comer de él, y parece que ha añadido una restricción extra, que es la de no tocarlo. No entraremos en los detales de la caída y desobediencia del hombre, pero una vez que Adán come del fruto prohibido vemos que el pecado corrompe inmediatamente el corazón del ser humano. Un momento antes estaban en inocencia, bondad y perfección de conducta y deleitándose en Dios, en su creación y en su presencia. No había insidia, malas intenciones ni maldad en ellos. No se conocía la culpa ni la angustia. Un momento después hay desesperación, culpa y angustia, y la actitud egoísta y destructiva se hace evidente. Eso debe haber sido una emoción nueva terrible en el corazón y en la conciencia de ellos. Repentinamente lo han perdido todo y se...

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