La confesión requiere nada menos que una obra del Espíritu Santo en el corazón pecador. Tan simple y tan difícil a la vez, no es natural al pecador el confesar sino más bien explicar, justificar y culpar a otros. En la Biblia aprendemos que este patrón es un resultado directo del pecado mismo.
Adán y Eva eran inocentes, de una inocencia que no podemos comprender en nuestra condición caída (Génesis 2:25). En un mundo sin pecado y declarado “bueno” por Dios mismo, Eva contempla “el árbol del conocimiento del bien del mal”. Recién Adán le ha advertido que no deben comer de él, y parece que ha añadido una restricción extra, que es la de no tocarlo. No entraremos en los detales de la caída y desobediencia del hombre, pero una vez que Adán come del fruto prohibido vemos que el pecado corrompe inmediatamente el corazón del ser humano. Un momento antes estaban en inocencia, bondad y perfección de conducta y deleitándose en Dios, en su creación y en su presencia. No había insidia, malas intenciones ni maldad en ellos. No se conocía la culpa ni la angustia. Un momento después hay desesperación, culpa y angustia, y la actitud egoísta y destructiva se hace evidente. Eso debe haber sido una emoción nueva terrible en el corazón y en la conciencia de ellos.
Repentinamente lo han perdido todo y se encuentran vulnerables, aterrados y en su ser acaba de anidarse el pecado. Intentan escapar de Dios, que es el instinto del hombre natural frente a Dios (Jonás 1:3) y que constituye un esfuerzo estéril (Salmo 139:7). Ante la pregunta perentoria de Dios: “¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?” (Génesis 3:11), Adán responde culpando a su esposa, que un momento antes era su compañera perfecta: “Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12). Debiendo confesar su pecado, Adán opta por culpar al Dador y al don de su pecado. Inmediatamente toma las características de los hombre de los postreros días: “sin afecto natural” (Romanos 1:31). Su confesión final es obligatoria falsa, sin mostrar arrepentimiento ni dolor, mas un deseo de cubrir su pecado. Eva opta por una estrategia semejante, culpando a la serpiente. Es claro, ni Adán ni Eva confesarán su pecado delante de Dios a priori, así como ninguno de nosotros lo hará, sin la intervención del Espíritu de Dios: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:7).
¿Ha sido usted convencido por el Espíritu con relación a su pecado? ¿Lo ha confesado delante de Dios en sinceridad? –rc
(Continúa)
Lectura Diaria: | ||
Génesis 29:1-35 [leer]
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/Job 38:1-39:30 [leer]
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/Mateo 15:29-16:12 [leer]
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