Quien haya andado en alta mar o en lagos con mucho oleaje saben cuán rápidamente se apodera de uno el miedo. Uno se siente tan impotente frente a los elementos de la naturaleza como el viento y el mar enfurecido. Lea lo que pasó a los discípulos cuando se hallaban precisamente en una situación similar.
“Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? … ” Mateo 8:25-26

Al lado oriental de Canadá, hay una provincia llamada Terra Nova y Labrador. Son lugares que experimentan fríos intensos y nevazones copiosas. No es un lugar para flojos ni friolentos. Los hermanos nuestros entraron con el evangelio en los años 40 y hasta hoy otros siguen predicando el evangelio. Muchos de los convertidos al Señor Jesús están dedicados a la pesca. Saben lo que significa levantarse temprano y bogar mar adentro cuando el agua está embravecida. Su tesón y bravura causan admiración al ver como enfrentan los elementos para ganarse la vida y sostener a sus familias. Múltiples son las historias de gran valentía en momentos de gran peligro y múltiples son las historias de tragedias en que no hubo rescate y vidas preciosas se perdieron. Los pescadores tienen gran respeto del mar pues en calma es un amigo, pero cuando se enfurece tiene un poder que infunde pánico. Se sienten más seguros en sus lanchas y tratan siempre de llevar a bordo a marinos avezados y expertos porque conocen de navegación. “Con ellos en el barco, estamos más tranquilos” dicen.

Otro lugar que requiere respeto es el Mar de Galilea. Los que lo conocen dicen que de repente se desatan temporales que ponen en peligro las embarcaciones. Tiene que haber sido una situación así cuando los discípulos cruzaban el mar de Galilea con el Señor Jesús a bordo. Él mismo había entrado en la barca y sus discípulos le acompañaron. “Se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca” (Mateo 8:24). Jesús dormía y los discípulos alarmados “le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!” Al levantarse, el Señor les reprendió, llamándoles “hombres de poca fe”, y cuando reprendió a los vientos y al mar “se hizo grande bonanza”.

La historia bíblica tiene su significado para nosotros. A veces comenzamos la travesía de un nuevo día y de repente, algo acontece y nos encontramos en medio de una situación que nos preocupa. Cuando los discípulos veían como las olas entraban en la barca, se preocuparon. Pero el Señor lo permitía para poner a prueba su fe. El ver a Jesús dormido debía haberles indicado que todo estaba bien y que pronto volvería a la calma, pero no se quedaron tranquilos y le despertaron insinuándole que no estaba debidamente preocupado de ellos. “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Marcos 4:38). Llama la atención que pudieran pensar que el Señor no tenía cuidado de ellos. En un gran gesto de misericordia, el Señor se levantó y con una pregunta, indicó la causa de su temor, ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” Tenían mucho temor, pero poca fe. Inmediatamente el Señor “reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza”. En este momento, una luz tenue de entendimiento entraban en ellos pues decían, “¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” La lección es clara: merecemos ser reprendidos por nuestra falta de fe. Es reconfortante observar al Señor pues nos hace apreciarle cuando actúa con misericordia a pesar de nuestras fallas. Estos relatos en los evangelios nos hacen tener un conocimiento mayor de nuestro amante Señor y Salvador. “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18) –DAJ

Lectura Diaria:
Éxodo 39:1-43 [leer]
/Salmos 92:1-93:5 [leer]
/Hechos 23:12-35 [leer]