AL BORDE DE LA TUMBA

En una pequeña aldea era enterrado un hombre de setenta años de edad. Podría haber sido un acontecimiento normal de la vida si el difunto no hubiese expresado el terminante deseo de que en esa ocasión no se hiciera ninguna ceremonia religiosa. Conozcamos más de esta historia. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna – Juan 3:16 El ataúd fue depositado en la fosa. A continuación hubo un largo silencio que al prolongarse, se tornaba sofocante. ¿Se iba a dejar el cementerio sin una palabra de consuelo para la familia y sin una oración a Dios? Nunca se había visto esto en la aldea. De repente, un creyente amigo de la familia preguntó a la viuda si podía decir algunas palabras. Como la respuesta fue afirmativa, leyó un versículo, el del encabezamiento, Juan 3:16. Luego hizo un sencillo comentario acerca del amor de Dios, quien dio a su Hijo para salvación de los hombres perdidos. Seguidamente encomendó a la familia y a todos los presentes a la misericordia de Dios. Después de esas palabras consoladoras, todos experimentaron alivio y se separaron. Nuestro amigo todavía estaba en el cementerio cuando fue interpelado por el sepulturero. “Señor,” le preguntó éste, “¿es usted cura o pastor?” –Ni lo uno...

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