Mes: Mayo 2014

Acerca de la incredulidad de Israel para con Dios (I)

Dios hizo una cosa muy grande con el pueblo de Israel al libertarlos de la esclavitud de Egipto. No obstante, pese a sus intenciones de obediencia y confianza, el pueblo no creyó a Dios y sistemáticamente dudaron de su cuidado y poder. “Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos” Éxodo 19:8   El Éxodo de Israel es una obra de liberación tremenda. Dios lo resume en esta frase: “te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2). Este acto soberano y misericordioso de Dios se lleva a cabo en un pueblo que fue esclavizado por siglos en este país. Los hijos de Israel vieron el poder y la grandeza de Dios en forma muy especial (Éxodo 14:30-31). De forma maravillosa Dios dio pruebas más allá de cualquier duda, de que Él tenía el poder de cuidar a su pueblo: “Y el pueblo temió a Jehová y creyeron a Jehová”. Cuando Dios se aparece a Moisés, promete traerlos a la tierra “buena y ancha” (Éxodo 3:6), “a una tierra que fluye leche y miel” (Éxodo 3:17). En el cruce del Mar Rojo, da pruebas de que puede cuidarles. Israel debió recordar eso, pero a medida que continuamos leyendo en el libro del Éxodo nos damos cuenta que los hijos de Israel fallaron en confiar en Dios, que...

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La mirada de Dios

El hombre es influenciado e influenciable por lo que ve. Basta muy poco a veces para generar una impresión que puede ser equivocada, pero las cosas que ven los ojos perduran en la mente y las impresiones equivocadas también perduran en nuestra memoria. “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” Salmo 14:3 Dios no necesita las herramientas que los hombres necesitan para obtener información acerca de las personas, como entrevistas, tests psicológicos o cartas de recomendación. David escribe: “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme. Has entendido desde lejos mis pensamientos” (Salmo 139:1-2). Un caballero se jactaba de que había sustraído un producto de una tienda. Contaba su hazaña delante de un grupo de señoras que estaban en otra tienda. “Miré para un lado y miré para el otro y nadie me vio”, dijo sonriente. Entonces, una de las señoras le dijo “pero yo sé que alguien le vio”. Desconcertado, el hombre afirmó: “pero yo miré para todos lados y estoy seguro que no había nadie”. Entonces esta creyente le dice: “Ah, pero se le olvidó mirar para arriba…” Efectivamente, el hombre mira para cualquier parte menos para el cielo. La Biblia nos dice que Dios está muy pendiente de lo que ocurre en la tierra. Más aun, nos señala que “Sus ojos ven, sus párpados...

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El ejemplo de A.W. Tozer

“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” Juan 15:8  Aiden W. Tozer nació en 1897 en una familia de  granjeros de Pennsylvania, Estados Unidos. A los 15 años se radicaron en la ciudad industrial de Akron, Ohio. Tres años más tarde, volviendo de su trabajo en una fábrica de neumáticos, Aiden respondió a la exhortación de un predicador de la calle que invitaba a clamar a Dios para ser salvo. Al llegar a su casa subió al altillo y entregó su vida a Jesucristo. Desde ese momento, comenzó la travesía de un hombre cuya vida y trabajo llevarían a algunos a llamarle “un profeta del siglo veinte”. En 1919, cinco años después de su conversión, y a pesar de no poseer entrenamiento teológico formal, Tozer aceptó una propuesta para pastorear su primera iglesia. Se embarcó en una fructífera carrera de 44 años, dirigiendo y ministrando a congregaciones cristianas en West Virginia, Chicago, y al final de su vida en Toronto, Canadá. Al observar la vida cristiana contemporánea, consideró que la iglesia estaba en un curso peligroso comprometiéndose con preocupaciones “mundanas” y apostasía. En 1950 el Wheaton College le otorgó un título de doctorado en letras honorario. Dos años más tarde recibiría otro grado académico del Houghton College de Nueva York. Tozer fue un hombre profundamente espiritual cuyo ministerio se estableció sobre una...

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AL BORDE DE LA TUMBA

En una pequeña aldea era enterrado un hombre de setenta años de edad. Podría haber sido un acontecimiento normal de la vida si el difunto no hubiese expresado el terminante deseo de que en esa ocasión no se hiciera ninguna ceremonia religiosa. Conozcamos más de esta historia. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna – Juan 3:16 El ataúd fue depositado en la fosa. A continuación hubo un largo silencio que al prolongarse, se tornaba sofocante. ¿Se iba a dejar el cementerio sin una palabra de consuelo para la familia y sin una oración a Dios? Nunca se había visto esto en la aldea. De repente, un creyente amigo de la familia preguntó a la viuda si podía decir algunas palabras. Como la respuesta fue afirmativa, leyó un versículo, el del encabezamiento, Juan 3:16. Luego hizo un sencillo comentario acerca del amor de Dios, quien dio a su Hijo para salvación de los hombres perdidos. Seguidamente encomendó a la familia y a todos los presentes a la misericordia de Dios. Después de esas palabras consoladoras, todos experimentaron alivio y se separaron. Nuestro amigo todavía estaba en el cementerio cuando fue interpelado por el sepulturero. “Señor,” le preguntó éste, “¿es usted cura o pastor?” –Ni lo uno...

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La tía Elsita

“De los olivares e higuerales de la Sefela, Baal-hanán gederita; y de los almacenes del aceite, Joás” 1 Crónicas 27:28 Cualquier artista se habría deleitado en poner lápiz al papel para dibujarla. Mujer menuda, ya con una edad más allá de los 80, con una larga nariz y mandíbula prominente. Se vestía de un abrigo color gris, a veces abotonado bien y otras veces equivocado. Usaba sombrero de felpa negra y parecía que se la ponía en un ángulo diferente cada vez que le veía. Ojos azules relampagueantes se veían tras marcos viejos y pelo blanco cubría su cabeza que contenía una mente muy activa. Fue durante un cruel invierno canadiense cuando se celebraban reuniones evangelísticas todas las noches. La tía Elsita vivía sola y nosotros le íbamos a buscar en el auto para llevarla a las reuniones. No faltó ninguna noche en cinco semanas. Noche tras noche, al entrar en el local, saludaba al predicador y le entregaba su opinión sobre el mensaje de la noche anterior. “Bien,” dijo en más de una ocasión, “le costó mucho predicar anoche, ¿no es cierto?” Y en verdad el predicador no se había sentido cómodo anunciando el evangelio. Se había equivocado y no citó bien los versículos. “Es verdad tía, no me salió tan bien” respondió el predicador. “Bueno, estoy orando por ti.” decía ella. El predicador agradecía su. Otras noches,...

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