La cruz de nuestro Señor Jesucristo (VI): el lugar de la reconciliación (a)
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo ser pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” 2 Corintios 5:21 Pablo establece en 1 Corintios 5:7 que la sangre del Señor Jesucristo es una protección de la ira que destruye, tal como la sangre del cordero de la Pascua lo fue al israelita: “Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”. La ira destructora no contradice el hecho de que Dios es amor, y que en su Hijo también coexisten estas dos características: “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; Pues se inflama de pronto su ira” (Salmo 2:12). Más aún, se nos habla de la “ira del Cordero” (Apocalipsis 6:16). Si la muerte del Señor fue la forma directa de obtener nuestro perdón y protección de la ira que merecíamos, entonces verdaderamente hemos sido comprados –cuerpo, alma y espíritu– por la sangre de aquel que nos salvó, y pertenecemos a él. Esto no sería posible si la muerte de Jesús fuera el resultado solamente de la maldad de sus enemigos, es más que eso, está la voluntad de Dios comprometida en su muerte en la cruz. El Señor nos redimió, nos rescató por precio, nos compró a nuestro dueño, en este caso, el dueño era “la maldición de la ley” (Gálatas 3:13) tomando la maldición sobre sí mismo… en el...
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