La cruz de nuestro Señor Jesucristo (VIII): el lugar desde donde su sangre derramada nos bendice

Desde las palabras de Juan el Bautista indicando a Jesús como el “Cordero de Dios” (Juan 1:29), se nos muestra en el principio del Nuevo Testamento que la muerte de Jesús será sacrificial, cruenta y con derramamiento de sangre. El sacrificio de Cristo está implícito en la figura del Cordero y no hay otro significado posible. Se nos habla de “un cordero como inmolado” (Apocalipsis 5:6). Poco más adelante en el evangelio de Juan, Jesús le dice a Nicodemo que el Hijo ha sido dado y quien cree en él no ha de perecer (Juan 3:16). ¿En qué sentido la muerte del Señor Jesucristo salva al creyente de perecer? Ya lo ha dicho antes en el primer capítulo: Jesús como el Cordero de Dios carga (lleva y quita) el pecado del mundo y salva al creyente de perecer puesto que él lo ha tomado sobre sí mismo y ha muerto derramando su sangre. Repentinamente nos encontramos frente a todo el valor y el poder de la sangre derramada de Jesucristo: La salvación es por la sangre derramada del Cordero (Juan 1:29, 3:16), el lavamiento del pecado es por la sangre derramada del Cordero (Apocalipsis 1:5), el “emblanquecimiento” es por la sangre derramada del Cordero (Apocalipsis 7:14), la redención es por la sangre derramada del Cordero (Apocalipsis 5:9), la justificación y la propiciación es por la sangre derramada del Cordero...

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