La pertinencia de la ley de Dios para el cristiano (III)
En la Biblia Dios destaca como un Dios redimidor. Constantemente quiere salvar a los suyos, y es constante y perseverante en esto. Sigamos considerando algo acerca de esta paradoja, la de la ley que demuestra la gracia misma de Dios. Antes de la caída de Adán no había necesidad de ley escrita. Esta era conocida por nuestros primeros padres. Después de la caída, sin embargo, surge la necesidad de una legislación escrita que pueda ser conocida, pues el hombre natural –ahora pecador– no buscará de suyo a Dios, y Dios debe dar a conocer su precepto a los hombres. Pero también debemos decir que antes de la ley escrita ya hubo ley, y quienes agradaron a Dios lo hicieron por conformarse a la ley que conocieron. Tal como Pablo escribe a los Romanos, existe una ley a la que todos nosotros nos debemos y somos responsables. El claro ejemplo de esto es Abraham, quien sin ley escrita en tablas, cumplió “la ley” de Dios: “Por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5). Con la ley escrita se nos hace manifiesto lo que Dios quiere y, como veíamos ayer, se nos hace evidente nuestro pecado, nuestro incumplimiento e insuficiencia, y nuestra necesidad de salvación. Venido Cristo, leemos que “la ley por medio de Moisés fue dada; la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). No es una contradicción, sino más bien una complementación. La ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad se hicieron evidentes en la persona de Jesús. Entonces, en Cristo, quienes hemos recibido este nuevo pacto somos hechos capaces de cumplir la ley de una manera en la que Israel no fue capaz. Esto no es a causa de quiénes somos nosotros, sino a causa de quién es nuestro salvador, por ser quién es Cristo. No cumplimos la ley por nuestra fidelidad sino por la fidelidad de Cristo. Leemos el Antiguo Testamento,...
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