Siempre silbando, nunca creyendo

No sabemos su decisión final, ya no importa en cierta manera, pero ¿qué de la suya? “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” Romanos 1:21   Desde dentro de la oficina se sabía cuando don Bernardo pasaba por la calle. Su silbo claro y penetrante se escuchaba claramente. Silbaba melodías de música clásica. Era su marca distintiva mientras caminaba hacia la panadería para comprar. De vez en cuando iba acompañado de un niño. Siempre saludaba con su cordial “buenos días” o “buenas tardes”. De vez en cuando se paraba para leer la Biblia con letra grande que está en la ventana, frente a la vereda. Leía en voz alta para sí mismo. En mi corazón subía una oración a Dios que la lectura de la Palabra le hiciera bien y que reflexionara sobre la necesidad de ser salvo. A menudo le pasé un tratado para leer y una invitación a asistir a las reuniones del evangelio. El local evangélico estaba a la vuelta de su casa y dijo que siempre pasaba por ahí. Si hubiera reuniones especiales anunciadas, me informaba que había visto los anuncios. Pero nunca entró.   Fue con sorpresa que le vi un día caminando con bastón, muy delgado y a paso lento. Pensé que estaba...

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