La palabra de la cruz (III)
En la cruz convergen el amor de Dios, la justicia de Dios, el pecado del hombre y la vergüenza de una muerte afrentosa. Veamos más acerca de esto. “Haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” Colosenses 1:20 Tenía que ser una muerte dolorosa. Si bien ninguno de sus dolores físicos participa ni añade en el perdón de nuestros pecados, el pecado se asocia con dolor físico y el llevó nuestros dolores (Isaías 53:4). Él llevó no sólo nuestros dolores físicos sino los del alma y los de la culpa, de toda la humanidad. Tenía que ser una muerte pública, para dar testimonio a toda la creación de su obra redentora y salvadora (Hechos 26:26). Toda la creación es testigo de su muerte vicaria y toda la creación en consecuencia le reconocerá (Filipenses 2:10). Tenía que ser una muerte cruenta, porque “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22), porque la tierra tenía que teñirse con la sangre del Hijo de Dios como prueba incontestable de su muerte, como el timbre sobre el documento oficial. Como prueba de que él –cual cordero de Dios– llevó el pecado del mundo (Juan 1:29). Tenía que ser una muerte deshonrosa, pues eso es lo que nosotros merecíamos y si él llevó nuestros pecados en su cuerpo (1 Pedro 2:24), tenía que llevar también sus vergüenzas, nuestra vergüenza. ¿Eran tres...
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