Un reino que no es de este mundo (II)

El medio por el cual un seguidor de Cristo es traído a este reino no es de este mundo. No es por nacimiento o por una ceremonia en la cual se aplica algún poder. Tampoco es por la fuerza ¿Qué puede mover un corazón?, ciertamente no recursos humanos. Es una gracia que se concede a quien confía en este Rey tan excelente, un derecho concedido, una dispensación de la buena mano de Dios que quiere bendecir al hombre y que se hace realidad en quien le recibe (Juan 1:12). Este reino tiene leyes y estatutos por los cuales se rige y no son como los que rigen este mundo.  Los de acá están dirigidos a regular la vida externa, las lealtades son externas y las honras muchas veces son de labios. El reino de Cristo es sobre el corazón, y se hace realidad abandonando el pecado, dejando el orgullo, con hambre y la sed de justificación, con el llanto que anhela la propiciación. Sus leyes son de divino origen y reinan en la conciencia, y sus ordenanzas están escritas en el corazón y sus palabras permanecen en los cielos. Las recompensas de este reino tampoco son de este mundo. El mundo no tiene parte en este reino y ni siquiera lo comprende. La paz de Dios,  el consuelo de Cristo la esperanza bienaventurada, la comunión del Espíritu, el disfrute...

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