Con forma de hombre (IV)
“Entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” Mateo 4:17 Probablemente todos estaremos de acuerdo en que la esencia misma consciente de Dios permanece imperturbable e inalterable por cualquier cosa que él ha creado. El no se asusta, no es sorprendido o hallado desprevenido. En la Escritura, no obstante se representa a Dios con emociones que son típicamente humanas: amor, odio, gozo, dolor, arrepentimiento y otras semejantes. Tales afirmaciones son otra vez expresiones analógicas desde una perspectiva humana. Sin embargo el caso del amor es un poco diferente pues sabemos que “Dios es amor” (1 Juan 4:8). Debemos, eso sí, necesariamente entender que este amor es infinitamente más puro, más intenso, más santo que lo que como hombres jamás llegaremos a comprender. Si amamos, es porque tenemos algo de esa imagen del amor de Dios en nosotros. Cuando en la Biblia se dice que Dios se arrepiente o es ofendido o que está celoso, significa sólo que él actúa hacia nosotros como un hombre lo haría si se viera agitado por tales pasiones producto de sus circunstancias, para nuestra comprensión de su santidad y su justicia, y de lo que deberíamos recibir como consecuencia. Lo anterior es frecuente en el antiguo testamento en los libros de poesía y profecía. Con el verbo encarnado en Jesús de Nazaret la naturaleza...
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