“Esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” 1 Pedro 1:25
El evangelio es en primer lugar el anuncio con relación a los eventos históricos relacionados con la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios. Es buenas nuevas porque tiene significancia personal para cada individuo, pues cada uno de nosotros podemos ser redimidos de nuestro pecado y reconciliados con Dios. En la travesía interna hacia la imagen de Cristo en nuestro ser, hacemos un pobre favor al confiar en nuestros esfuerzos personales por mejorar. En el afán de “ayudar a otros”, equivocamos el camino si damos consejos centrados en nuestra opinión o nuestro mejor parecer.
Muy por el contrario, el punto central es el evangelio, y este debe permanecer ahí para ejercer su poder. Debemos recordarnos regularmente unos a otros acerca de las buenas nuevas de Jesucristo. Debemos contar una y otra vez el hecho histórico objetivo de la cruz y extraer las inagotables aplicaciones que emergen del mismo. En vez de pensar y aconsejar a tratar de hacer esto o aquello, debemos centrar la vista en que Jesús ya venció y lo hizo por cada uno de nosotros. Los buenos consejos se agradecen, pero cuando se trata de la santificación, tratar de mejorar nuestras vidas está en contradicción con el mensaje del evangelio.
Debemos responder a este mensaje que nos recuerda permanentemente una realidad que estamos prestos a olvidar, que el pecado es cosa seria y que debemos confesarlo. Es más fácil ignorar que “el pecado mora en mí” (Romanos 7:17) y pensar más bien en “mejorar”. Es más fácil pensar en trabajar en responder mejor para no ofender, en buscar un poco más en nuestra reserva de buena voluntad, que considerar nuestra lengua como “un fuego, un mundo de maldad” (Santiago 3:6) y confesar nuestro pecado delante del Señor en humildad para obtener su gracia. Necesitamos más arrepentimiento y menos resoluciones basadas en el propio carácter. Es en la confesión que somos auténticamente cristianos y estamos en acuerdo con Dios respecto de que nuestro pecado merece el juicio suyo. En la confesión también confiamos en su gracia que perdona nuestro pecado y retornamos a la realidad de la gracia en Cristo, que nos compele a la real obediencia hacia él. (Salmo 32:5, 2 Corintios 7:10, Apocalipsis 2:5).
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9) –rc
(Continúa)
Lectura Diaria: | ||
Génesis 20:1-21:34 [leer]
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/Job 23:1-24:25 [leer]
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/Mateo 11:2-30 [leer]
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