“El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” Colosenses 1:13

 

En el día a día hay un esfuerzo y tarea personal en la santificación que no disminuye el hecho de que sea un acto de confianza en Dios. Debemos mantener las proporciones bíblicas, sin intensificar ni disminuir los pasajes que hablan de nuestro esfuerzo y los que hablan de que debemos confiar en Dios para nuestra santificación.

 

Pablo escribe: “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:25-27). Pedro escribe: “Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección” (2 Pedro 1:10).

Sin embargo, traemos estos mandamientos a la promesa de Dios y a su compromiso basado en la sangre derramada de su Hijo, de completar la buena obra en nosotros (Filipenses 1:6), de trabajar en nosotros lo que a Él le agrada (Hebreos 13:20-21), de santificarnos por completo (1 Tesalonicenses 5:23), y de que “cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder” (2 Tesalonicenses 1:11) en nosotros. No olvidamos que sin la santidad “nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14), ni olvidamos que “con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). ¿Cuál es el balance correcto? Es el que tiene siempre en perspectiva el hecho de que, debido a que Él luchó contra el pecado, la muerte y Satanás, y triunfó, nosotros también luchamos con la esperanza de prevalecer, siempre en los méritos de la obra completa y completada de Cristo en la cruz.

La travesía interna tiene grados, y debemos progresar en la santificación. Pablo habla de esto en varios pasajes: “que vuestro amor abunde aun más y más” (Filipenses 1:9), “de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más” (1 Tesalonicenses 4:1), “el que da semilla al que siembra… aumentará los frutos de vuestra justicia” (2 Corintios 9:9), “el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos” (1 Tesalonicenses 3:12). No hay una medida exacta para esto, luego ¿Cómo sabemos que estamos progresando?

Por un lado, mayor santidad es mayor victoria sobre el pecado pero mayor santidad es también mayor sensibilidad y antipatía hacia el pecado. Así, el ser más santo no significa ser más feliz con uno mismo. Podemos ser mejores personas mañana y sentirnos peor debido a la corrupción –menor corrupción– que aún persiste. Pero hay maneras de discernir el progreso. Una es que quienes están alrededor lo notarán y lo confirmarán. Otra es que será evidente a cada uno: algunas tentaciones disminuirán su fuerza y eso se hará evidente para el que es más santo, en la medida que el amor por Cristo empuja la atracción por el pecado un poco más lejos. Seremos atraídos a actuar santamente cuando antes eso era una carga y sentiremos un santo dolor cuando omitimos estas acciones. Nuestras preferencias de vida cambiarán y confirmaremos el cambio en nuestro corazón en actos que son para nosotros cada vez menos abrumadores: “este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). Esto nos humillará porque el progreso significará que podemos ver más claramente cuán lejos estamos del objetivo y cuán pequeños son nuestros avances, y cuánto necesitaremos siempre de un gran Salvador.

–John Piper/rc.

Lectura Diaria:
Génesis 24:1-67 [leer]
/Job 29:1-30:31 [leer]
/Mateo 13:1-23 [leer]