“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” Romanos 5:1
El propósito de Dios al hacer la santificación una travesía para toda la vida, en vez de un acto instantáneo al momento de la conversión tiene que ver, finalmente, con que Él hace todas las cosas para el mayor despliegue de su gloria. Él no conquista todos nuestros pecados en un instante, si bien podría hacerlo y perfeccionarnos ahora. Ha querido hacerlo cuando partamos de este mundo, cuando estaremos entre “los espíritus de los justos hechos perfectos” (Hebreos 12:23).
La promesa del evangelio es que al momento de poner nuestra fe en Jesucristo nuestra condenación es removida y somos declarados justos. No somos hechos justos, sino declarados justos. Un corazón cambiado por gracia tiene una más profunda motivación que una persona que lucha por lograr el favor de Dios mediante sus obras. El creyente tiene gozo al considerar su redención inmerecida y vive y obra en gratitud y amor por Cristo. Buscamos crecer en santificación, no para recibir el favor de Dios sino como resultado de haber gustado ese favor. Esto no elimina completamente el rol de la ley pero cambia nuestra relación con ella. La diferencia entre la santificación centrada en el evangelio y sus sustitutos basados en el rendimiento o performance es que la primera produce obediencia de corazón nacida en la gratitud. La segunda provoca cumplimiento externo que se origina en la culpa. No tenemos que ser aprobados por Dios por los frutos que traemos, no somos Caín. Más bien nuestros frutos son el resultado de nuestra caminata en la libertad que Cristo nos trajo al liberarnos del poder esclavizante del pecado.
Ahora, el creyente está bajo el señorío de Cristo, en el reino del amado Hijo (Colosenses 1:13). En este reino se recibe guía, protección y se está en la presencia de un Rey Todopoderoso. Israel cuando fue libertado no fue dejado –libre– en el desierto para arreglárselas como pudiera. Ellos carecían de sabiduría, carecían de una acabada comprensión de la justicia y de conocimiento acerca de cómo vivir consistentemente en la voluntad de Dios. Para Israel después del éxodo y para los cristianos después de la redención en Cristo, Dios tiene un plan que considera una travesía en la cual nos concede gracia, cuidado, bendición y restauración, una y otra vez “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13).
Entonces, el proceso de parecernos más y más a Cristo le exalta pues caemos y nos levantamos en su gracia y amor tantas veces que el despliegue de su misericordia y amor es evidente en las vidas de los salvados, “para hacer notorias las riquezas de su gloria… para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria” (Romanos 9:23. Ver también Romanos 6:6-7, 22; 1 Corintios 6:20; Éxodo 20:1-2; Mateo 13:44-45).
(Continúa)
Lectura Diaria: | ||
Génesis 23:1-20 [leer]
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/Job 27:1-28:28 [leer]
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/Mateo 12:22-50 [leer]
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