Dispensacionalismo (XXIV): Cielos Nuevos y Tierra Nueva (III)
Ya terminando nuestro estudio de las dispensaciones, prosigamos considerando acerca del principio de la eternidad, según la Biblia nos revela. “Y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios” (Apocalipsis 21:10) En la morada de Dios en los cielos ya habitan las huestes angélicas y los fieles del Antiguo Testamento, “los espíritus de los justos hechos perfectos” (Hebreos 12:23). Esta es la esperanza que hubo en Abraham y en otros que, “como extranjeros y peregrinos sobre la tierra” anhelaban esta patria “mejor” (Hebreos 11:16). Cuando la Nueva Jerusalén desciende del cielo, es la ciudad a la cual todos los creyentes serán traídos en su glorificación. Ahí también está la “desposada”, la Iglesia, como vimos siendo la realidad de esta ciudad como una ciudad física y también simbólica como representación de la iglesia redimida. En el estado eterno esta ciudad es la metrópolis del universo y todo poder y autoridad emanan de ella. Parece natural que los creyentes de la antigüedad y los de después de la tribulación y del milenio tengan la tierra como su morada eterna, una “heredad” (Daniel 12:13) mientras que la ciudad celestial, suspendida entre el cielo y la tierra y comunicada ampliamente con ella, será el lugar de habitación de la Iglesia de Cristo. El mismo Señor, con su cuerpo humano glorificado residirá allí, juntamente con ella. Entonces, el deseo...
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